viernes, 26 de septiembre de 2008

Hacia un proyecto de futuro

Primer encuentro 2007-2008

Hacia un proyecto de familia

Introducción
Nunca debemos olvidar que el hogar es el auténtico formador de las personas. Los niños aprenden continuamente de nosotros sus padres y madres, no sólo de lo que les decimos sino, sobre todo, de lo que ven, de nuestra forma de actuar, de nuestra respuesta ante las situaciones cotidianas.

Este proceso educativo debe ser intencional dirigido hacia el logro de mejores personas. Por ser intencional, los padres y madres debemos concretar los objetivos educativos que queremos alcanzar, que es lo que hoy estamos llamando un proyecto de familia.

Para configurar el proyecto de familia es necesario que los padres y las madres hablemos de lo que queremos para nuestros hijos e hijas y cómo conseguirlo. Pero también es positivo darles participación a ellos y ellas en reuniones o tertulias en las que hablemos de la familia y como podemos mejorar nuestras relaciones. En este proceso debemos ser conscientes de que hemos de ir por delante con el ejemplo, llevando a la práctica lo que queremos exigir.

Antes de continuar revisemos algunos conceptos e interrogantes:

La familia
La familia es un espacio vital del desarrollo humano, un sistema íntimo de convivencia en el que se establecen unas relaciones recíprocas de comunicación y atención, que por una parte, la definen, y por otra, satisfacen necesidades:
• Biológicas: desarrollo físico adecuado,
• Afectivas: sentido de pertenencia y aceptación
• Cognitivas:
• Sociales: en lo que influyen los valores emergentes de la sociedad en la que está inmersa. No es posible comprender las dificultades de nuestros niños o familia, sin considerar todos los factores que nos afectan e influyen para actuar de una determinada manera.

Qué es un proyecto de familia
Son los proyectos que elaboramos los padres y madres respecto a nuestros hijos o nuestras hijas. Se componen del conjunto de ideales y metas que nos hacemos sobre su futuro, pero también de lo que estamos dispuestos a hacer para que lo alcancen.

Por qué es importante tener un proyecto de familia
Los proyectos de futuro, en relación con nuestros hijos, deben ir dirigidos hacia la configuración de una sociedad más humana.
Si damos un vistazo a la escala de valores de nuestra sociedad encontramos frente a los valores personales, la primacía de realidades más materiales como:
• Consumismo: dónde todo vale para conseguir la felicidad, una felicidad muy precaria que no satisface y lleva a seguir ansiando tener cada vez más. La familia, como núcleo de la sociedad, acepta y promueve el consumismo en el ámbito social, olvidando las relaciones implícitas en los vínculos familiares.
• El deseo de aparentar: manifiesto el “tanto tienes, tanto vales” y que se refleja en la falta de autenticidad en las relaciones sociales e interpersonales.
• La cultura del placer: manifestado en el exceso de libertad individual y búsqueda de satisfacciones inmediatas, predomina la individualidad por encima del bien común.

¿Qué consecuencias acarrea esta situación en la familia?
Que la vida se desenvuelve en el aquí y ahora, sin pensar en el futuro más próximo, menos planificar a largo plazo, porque nos encontramos inmersos en una sociedad globalizada e informatizada, dónde los cambios son tan rápidos, que afectan a todos los ámbitos de la vida cotidiana, y asuntos de gran importancia, como el futuro de nuestros hijos, quedan relegados a un segundo plano.

En un estudio realizado en la Universidad de Malaga, España de las expectativas y proyectos sobre el futuro de los hijos que tienen los padres. Las respuestas giraron alrededor de las siguientes frases:
• “Que haga lo que quiera”, en el intervalo de edad 5-7 años, el 51% y en el de 10-12 años, el 13%.
• “No lo hemos pensado” y “Que estudie” se reparten en un mismo porcentaje: En el intervalo de 5-7 años, el 22%, y en el de 10-12 años, el 31%.
• Casi un tercio de padres no se plantearon nada, en ambos intervalos.

De estos resultados, concluía el estudio, se puede deducir que los padres consideran que mientras los niños son pequeños no es necesario ir perfilando su futuro. En general, se puede interpretar que un elevado porcentaje de padres delega en sus hijos la responsabilidad de perfilar su futuro.
Sin embargo el estudio es más revelador, esta situación parece indicar que los padres no tenemos conciencia de que el futuro de nuestros hijos se va planteando desde que son pequeñines, con el tipo de educación que les proporcionamos, las expectativas que generamos, los intereses que promovemos, a partir de nuestros hábitos familiares.

La pregunta que surge es: ¿Qué podemos hacer para tomar conciencia de estas necesidades? Pues no basta con quedarnos en la angustia o en la mera crítica, por el contrario, es necesario que reflexionemos sobre que tipo de persona deseamos que sean nuestros hijos y nuestras hijas en la sociedad del futuro y desarrollar actitudes y estrategias educativas que favorezcan nuestro papel como sus principales educadores y que permitan concretar nuestros objetivos hacia ellos y ellas.

Nuestro trabajo en este nuevo ciclo de la Escuela de padres y madres se centrará en este objetivo y los temas que surjan del trabajo grupal que realizaremos más adelante se incorporarán al contenido temático que trabajaremos este año. Como introducción a esta reflexión expondré alunas pinceladas de los elementos que deben estar presentes en este proyecto de familia.

¿Qué variables intervienen en un proyecto de futuro para nuestras familias?

1. Ambiente familiar, que no es más que el conjunto de relaciones que se establecen entre los miembros de la familia que comparten el mismo espacio. Cada familia vive y participa en estas relaciones de una manera particular. Pero, sea como sea la familia, el ambiente familiar tiene unas funciones educativas y afectivas muy importantes. Un ambiente familiar positivo y constructivo propiciará el desarrollo adecuado y feliz del niño. En cambio otras familias, donde no se vivan correctamente las relaciones interpersonales de manera amorosa, provoca que el niño no adquiera de sus padres el mejor modelo de conducta o que tenga carencias afectivas importantes.
El ambiente familiar no es fruto de la casualidad ni de la suerte. Es consecuencia de los aportes de todos los que formamos la familia y especialmente de los padres y las madres. Este ambiente puede ser modificado y de la misma manera, el ambiente familiar debe tener la capacidad de modificar las conductas erróneas y de potenciar aquellas que se consideran correctas.


Las relaciones interpersonales. Deben fomentarse las que propicien:

• Amor. Que los padres queremos a nuestros hijos es un hecho evidente. Pero que lo manifestemos con suficiente claridad no siempre es tan evidente. Lo importante es que el niño se sienta amado y esto se consigue mediante los pequeños detalles de cada día: mostrando interés por sus cosas, preguntando, felicitando, sabiendo lo que le gusta e interesa, y mostrándonos comprensivos y pacientes.
• Libertad de expresar sentimientos. El niño que se siente bien, normalmente se porta bien. Sentirse comprendido y aceptado por los padres es requisito previo para aceptarse a sí mismo, y la aceptación de uno mismo es, a su vez, requisito previo para el bienestar interior. Cuando el niño expresa lo que siente sabiéndose escuchado, respetado y comprendido, aprende a fiarse de sus sentimientos, aprende a escucharse y a saber manejar emociones tan intensas como la antipatía, la vergüenza, la ira o el rechazo. Difícilmente el niño podrá desarrollar esa habilidad si el ambiente familiar no se lo facilita.
• Comunicación abierta, basada en la capacidad de escuchar activamente. Para comunicarnos de manera efectiva con nuestros hijos es necesario que aceptemos lo que son y lo que sienten, sin etiquetarlo ni rechazarlo por lo que siente o por lo que hace. Escuchar es un arte que implica en la misma proporción a la razón y al corazón.
• Autoridad Positiva. Que no es lo mismo que el autoritarismo, consistente en el ejercicio del poder de modo injusto. Debemos marcar límites y objetivos claros que le permitan diferenciar qué está bien y qué está mal. La permisividad y el "dejar hacer" son enemigos de la autoridad que ayuda a crecer. Por último, no hay autoridad sin respeto y la mejor manera para ganarnos el respeto de nuestros hijos es a través de nuestro modo de ser como persona (generosa, serena, optimista, humilde), actitud frente al trabajo (calidad, honradez), y en el modo de tratar a los demás.
• Trato positivo. El trato que brindamos a nuestros hijos y a nuestra pareja debe ser de calidad y positivo, es decir, agradable en las formas y constructivo en el contenido. Es frecuente que nuestros hijos escuchen de nuestros labios más críticas que halagos. No debería ser así. Debemos comentar todo lo bueno que tienen las personas que conviven con nosotros y todo lo positivo de sus acciones. También podemos y debemos comentar las cosas negativas, pero no debemos permitirnos ver sólo los defectos que hay que mejorar.
• Colaboración en las tareas del hogar. No sólo para que nos descargue de algo de trabajo sino, sobre todo, porque es bueno para su desarrollo psicológico y social, ya que aumenta su responsabilidad, su independencia y autoestima y se enseña a valorar el trabajo en equipo.
• Tiempo de convivencia. Debemos tener suficiente tiempo para compartir con los hijos y con la pareja. Seguramente es una condición que muchas veces no depende de nosotros y que a veces resulta difícil de conseguir. Pero es necesario que exista tiempo libre para disfrutar en familia y que permita conocernos los unos a los otros, explicarnos lo que hacemos, lo que nos gusta y lo que nos preocupa, y que podamos ayudarnos y pasarlo bien juntos. Muchas veces no es necesario disponer de mucho tiempo, sino que el tiempo que tengamos sepamos utilizarlo correctamente.
• Sentido del humor. El sentido del humor es necesario en la vida familiar tanto como la disciplina, la educación o los valores. La risa es la expresión de la alegría. Las relaciones entre padres e hijos que permiten y dedican tiempo a las diversiones, son más sanas, menos tensas y más cordiales. Saber reírnos de nuestros errores y asperezas facilita reconducir situaciones que, de otro modo, aumentarían las tensiones y los conflictos. Los padres podemos enseñar a nuestros hijos a no sobredimensionar los problemas a través del buen humor y la alegría.


2. Nuestras prácticas o estilos educativos.
Que ante todo se fundamente en la educación en valores. Los valores son las normas de conducta y actitudes según las cuales nos comportarnos y que están de acuerdo con aquello que consideramos correcto. Todos los padres deseamos que nuestros hijos se comporten de forma educada, pero sin que se conviertan en niños temerosos o conformistas, ni transformándonos nosotros en padres exigentes y quisquillosos. Los valores pueden variar mucho según las culturas, las familias o los individuos. Existen diferentes tipos de valores:
• Valores familiares: Hacen referencia a aquello que la familia considera que está bien y lo que está mal. Tienen que ver con los valores personales de los padres, aquellos con los que educan a sus hijos, y aquellos que los hijos, a medida que crecen, pueden aportar a su familia
• Valores socioculturales: Son los valores que imperan en la sociedad en el momento en que vivimos. Estos valores han ido cambiando a lo largo de la historia y pueden coincidir o no con los valores familiares. Puede ser que la familia comparta estos valore o que, al contrario, no los comparta y eduque a sus hijos según otros valores. En la actualidad, intentamos educar a nuestros hijos en el respeto, la tolerancia, la no violencia, la consideración y la cortesía, pero vivimos en una sociedad en la que nuestros hijos pronto descubren que también imperan otros valores muy diferentes como el egoísmo, la acumulación de dinero, el ansia de poder, e incluso el racismo y la violencia.
• Valores personales: Los valores personales son aquellos que el individuo considera imprescindibles y sobre los cuales construye su vida y sus relaciones con los demás. Acostumbran a ser una combinación de valores familiares y valores socioculturales, además de los que el propio individuo va aportándose a sí mismo según sus vivencias personales.
• Valores espirituales: Para muchas personas la religión es un valor de vital importancia y trascendencia así como su práctica. De la misma manera, la espiritualidad o la vivencia íntima y privada de algún tipo de creencia es un valor fundamental para la coherencia de la vida de mucha gente.
• Valores materiales: Los valores materiales son aquellos que nos permiten nuestra subsistencia y son importantes en la medida en que son necesarios. En la actualidad, vivimos un alza a nivel social, de los valores materiales: el dinero, los coches, las viviendas y lo que a todo esto se asocia como el prestigio, la buena posición económica, etc.
• Valores éticos y morales: Son aquellos que se consideran indispensables para la correcta convivencia de los individuos en sociedad. La educación en estos valores depende, en gran parte, de que se contemplen en aquellos valores que la familia considera primordiales: respeto, sinceridad, renuncia a la violencia, disposición a ayudar, cortesía, consideración, tolerancia y responsabilidad.

La responsabilidad que tenemos los padres en la transmisión de estos valores a nuestros hijos es crucial. Los valores no se transmiten vía genética, por eso es tan importante tenerlos en cuenta en la educación. Pero debemos saber que los valores no se enseñan independientemente del resto de cosas, ni a través de grandes explicaciones o dando una lista con aquello que consideramos correcto y lo que no, esperando que nuestros hijos la memoricen. Los valores se transmiten a través del ejemplo práctico, a través de la cotidianidad, de nuestro comportamiento en el día a día.

Conclusión
La educación que damos a nuestros hijos condiciona claramente sus percepciones, valores y relaciones con los demás. Algunas veces cuando tomamos conciencia de este hecho nos sentimos abrumados por la responsabilidad. Si es nuestro caso, nuestra meta debe ser transformar esta angustia en una actitud positiva. Basta cambiar el objetivo: en vez de considerar la posibilidad de llegar a ser una madre o un padre perfecto, intentemos esforzarnos para mejorar como madre, para aprender algunas estrategias educativas, para mejorar el ambiente familiar. Aspirar a la perfección es una locura. En cambio, el propósito de esforzarnos para mejorar nos llevará cumplir nuestro papel con responsabilidad.

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